Grandes extensiones desoladas en el sur del territorio, flanqueadas por montañas bajas y boscosas, y un circuito de lagos paradisíacos en el oeste, y las costas del Atlántico al este, dan vida a la Patagonia. La superficie cultivada alcanza 3.783,60 ha, lo que representa cerca del 2% del total plantado en Argentina.
La actividad vitivinícola en la región septentrional se asienta sobre las cuencas y riberas de los principales ríos, que ejercen gran influencia en el terroir, y comprende diversos oasis al suroeste de la provincia de La Pampa, este de Neuquén y norte de Río Negro, hasta la desembocadura del río en el Mar Argentino. En los últimos años, productores inquietos han empujado la frontera del vino hacia el sur, más allá del paralelo 45° en Chubut, y hacia el este con nuevos proyectos en Buenos Aires (Chapadmalal).
La gran amplitud térmica, derivada de la combinación entre latitud y baja altura y las abundantes horas de sol, se suman a las escasas precipitaciones y los fuertes vientos que ejercen influencia en los cultivos, contribuyendo a la sanidad de las uvas. Las condiciones climáticas también favorecen la concentración de color en las variedades tintas, al desarrollar un hollejo de mayor grosor.
Variedades altamente favorecidas por el frío de la zona alcanzan su máxima expresión. El Merlot se destaca por vinos de sabor suave, equilibrados y de intensidad aromática; el Pinot Noir integran la mezcla de la mayoría de los espumantes, que logran en Patagonia una destacada elegancia. Si bien el Malbec es la variedad más cultivada, los blancos están marcando la diferencia: el Sauvignon Blanc produce un vino de calidad superior cuando se logra controlar el vigor de las cepas y las uvas se cosechan en plena madurez, mientras que el Chardonnay adquiere un decidido aroma frutal, de buen cuerpo y armónico.